Sin soda. El sueño stereo terminó
Familiares, amigos y unos pocos famosos le dieron a la banda una última despedida, en relativa intimidad. Ellos estuvieron juntos, pero separados.
Pasadas las dos de la mañana trescientos invitados especiales se reunieron para el último de los brindis en el microestadio cubierto del estadio de River. Juntos pero separados, Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bosio repartieron abrazos y besos a los íntimos en un clima distendido, lejos del vértigo emotivo que habían palpitado arriba del escenario.
Es que para ellos la recta final empezó hace rato. A pesar de los desacuerdos y los roces que los llevaron a la separación, se regalaron un abrazo triple en la intimidad de los camarines, lejos de la mirada de los demás. Fue antes y después de subir a escena y es una imagen que seguramente se llevarán grabada para siempre. Porque en los conciertos anteriores, salvo en el de Chile, no habían vivido un momento de semejante intensidad.
En esta reunión puertas adentro, la descarga de afecto corrió por cuenta del entorno de cada uno. Ellos ya se habían despedido. Era tiempo de recibir. Gustavo, Zeta y Charly se rodearon de los que más quieren: la familia, los amigos, los técnicos y operadores con quienes trabajaron durante años. No hubo brindis conjunto, discursitos ni despedidas. Y a nadie se le ocurrió pedir el clásico “¡A ver, unas palabras!”.
Fue llamativa la ausencia de figuritas conocidas y a la vez, un dato (ningún detalle) que habló del clima que se vivió después del show. Coincidiendo con la actitud constante que tuvo Soda de apadrinar bandas nuevas, un puñado de músicos under se acercó al lugar al que sólo se accedía con una invitación especial. Entre los pocos famosos estuvieron Bahiano, de Los Pericos; Marcelo y Julio Moura, de Virus; la modelo Natalia Graziano y la cantante y actriz Divina Gloria.
Charly fue el primero en cambiarse y acercarse a la zona reservada para los saludos. De pantalón de jogging, zapatillas y campera prefirió festejar por el futuro y dejar atrás el pasado que hacía instantes había hecho estremecer a miles de personas. El baterista se reunió con sus nuevos compañeros de trabajo: la gente de Apple e Interserver, las compañías de computación con las que encara su presente después de Soda.
En una ronda y a los saltitos, festejaron abrazados los resultados de la transmisión del show por Internet: el primer gran paso que da su empresa y que coincide con el último gran paso de la banda. “Fue muy grosso, hubo más de cien mil conexiones, cosa que hasta ahora nunca se había logrado en todo el mundo. ¿Viste qué copada la empresita que armé?”, disparaba al tiempo que firmaba mecánicamente las espaldas de dos fans que habían logrado colarse en el festejo VIP.

El entusiasmo por lo que está por venir fue mucho más fuerte que lo que había pasado media hora antes, frente a la multitud. “Esto me superó, me voy ya”, dijo. Y desapareció rumbo a otro festejo, aún más íntimo.
Zeta, en cambio, cargó con el peso del adiós toda la trasnoche. “Mis amigos me llaman para ver cómo estoy, cuánto me pega todo esto. Hay mucha expectativa. Siento que a partir de ahora cambio de estado civil”, dijo con una cuota de alivio y se refugió en el abrazo que a toda hora tuvo para darle Silvina, su mujer. Para el tercer tiempo, el bajista optó por un look deportivo jogging, campera y gorrita de béisbol, todo marca Adidas.
Más elegante, Cerati se calzó un saco de pana y no paró de sacarse fotos con primas, tías, sobrinas y los colados de siempre. Ni las constantes palmaditas en la espalda impidieron que el cantante registrara el momento en una camarita del tamaño de una latita de gaseosa que compró en el free shop. “Es una obviedad, pero qué se puede hacer si no filmarlos”, había confesado después de Zoom, pasando la mitad del recital.
Las baterías y el entusiasmo con el chiche nuevo le duraron hasta la madrugada. Cerati quiso llevarse a casa algo más que un recuerdo de gente abrazándolo. Y logró un documento que dentro de un par de años tendrá otro valor: el backstage del backstage. Sobredosis de TV.
Pasadas las tres y media de la mañana Cecilia Amenábar, la esposa de Cerati, logró arrancarlo del gentío. Era hora de dejar atrás el estadio y terminar de brindar en otro lugar.
A esa altura sólo quedaban vasitos de plástico con restos de champán tirados en el piso y paquetitos de carilinas aquí y allá. Signos de un final anunciado pero no por eso menos intenso. Vivian Urfeig
Una despedida con apuesta al futuro
Aunque sobrevoló la nostalgia, Cerati, Bosio y Alberti volvieron a jugarse musicalmente.
“Cuando empezó esto, en el primer show en México, me preguntaba si realmente valía la pena. Pero a través de ustedes encuentro la explicación de todo. Gracias. Estoy muy contento.”
Bien, faltan no más de seis u ocho minutos para el final de la historia y a Gustavo Cerati las palabras le van quedando lejos. Las pantallas de video multiplican lágrimas, entregando un perfecto símbolo de lo que Soda Stereo fue y está a punto de ya no ser: extrema, íntegra sensibilidad amplificada hasta el límite de lo posible.
Setenta mil personas comparten la congoja de Cerati y acompañan como mejor pueden la alta honestidad de quien admite que llegó a pensar que una gira de despedida no tenía sentido, pero que ahora apenas si puede hablar para salir del ahogo diciendo: “Tengo una buena canción para cantar. A ver...”. Y entregar la preciosa "De música ligera", tan plena de significados ella, tan apropiada para cerrar un show, tan excitante y, a la vez, tan escasa como curita que detenga la tristeza de todos los que saben que celebración no significa lo mismo que fiesta.
Las críticas y reseñas de conciertos suelen ser engordadas por una serie de ítems que aquí serán repasados casi como un trámite: sería limitado acomodar este show a una calificación o a una explicación técnica para los vaivenes del sonido. Se vio, sí, una extraordinaria puesta en escena apoyada en la proyección de imágenes seleccionadas por Eduardo Capilla.

Más allá de que en su emocionada despedida el Cuarto Soda Tweety González afirmara que “el trío se la banca”, el trío en realidad contó con el constante apoyo de sus teclados y con el delicado sostén de los multiinstrumentistas Axel Krygier y Alejandro Terán. Mientras que los invitados especiales, que alguna vez se subieron a Soda (Andrea Álvarez, Daniel Saiz, Richard Coleman y Fabián Quintiero), sumaron más emoción que música.
En la mitad del show, mientras se encadenaban "Planeador" y "Luna roja" (pura hipnosis eléctrica no apta para ser coreada), uno no podía evitar preguntarse cuándo se podrá volver a conjugar así, a nivel masivo, la ecuación pop de Soda: sensibilidad, riesgo, intensidad; y todo amplificado hasta el límite de lo posible.
“Este es un viaje que empezó acá a dos cuadras y duró un millón de kilómetros”, se animó a decir Zeta, ese esqueleto del grupo que durante casi todo el show estuvo a punto de romperse. “Gracias por estos 14 años de felicidad”, reconoció a su turno Charly Alberti frente a 70 mil personas que todo el tiempo querían decir eso mismo.
Mientras, Gustavo pasó por sus mejores páginas de aterciopelado héroe de la guitarra y se despidió con la misma frase que utilizó en Chile, esa que no duele tanto y dice: “Nos vemos pronto... De otra forma. De la forma que sea”
Terminaba, entonces, "De música ligera", la canción que, literalmente, hizo que el piso de la cancha se moviera —y mucho— para 70.003 personas. Iba quedando claro que nada más quedaba y que cuando terminaran los abrazos y las botellas de champán agitadas en plan Fórmula Uno, Soda Stereo iba a salir del escenario para no volver.
Habían pasado casi tres horas desde el comienzo del fin, desde el momento en que "La ciudad de la furia" hizo arder el estadio por primera vez en un mar de encendedores, y a través de los diferentes bloques de canciones que Cerati/Bosio/Alberti fueron dejando atrás (el segmento sensual, el festivo, el trance, el íntimo) quedaba bien claro que no había lugar para la demagogia.
La lista de temas (impecable) era la que más placer les podía dar a la hora de decir adiós, y aun en ese aparato nostálgico que es una despedida, Soda Stereo estaba mirando mucho más hacia adelante que hacia atrás. Marcelo Panozzo