Asumió Menem la presidencia de la Nación
Tras prestar el juramento ante la Asamblea Legislativa y recibir luego los atributos del mando, el doctor Carlos Menem es, desde ayer, el nuevo presidente constitucional de la Argentina. Una verdadera multitud colmó desde hora temprana el Congreso y sus adyacencias, la Casa de Gobierno, la Plaza de Mayo y las calles y avenidas por donde el nuevo mandatario transitó para cumplir con las dos principales ceremonias de asunción y traspaso del poder. "Si la democracia no sirve para hacer feliz a la gente, no sirve para nada", dijo en el Congreso. Tras recibir del presidente saliente la banda y el bastón, tomó juramento a ministros y secretarios del área presidencial y al intendente porteño. Después habló desde los balcones ante la concurrencia que ocupaba la Plaza de Mayo.
El doctor Carlos Saúl Menem, abogado justicialista riojano, de 59 años y tres veces gobernador de su provincia, se convirtió desde ayer en el 82° presidente constitucional de los argentinos al jurar ante la Asamblea Legislativa, y en el primer mandatario civil que recibe la banda y el bastón de mando de manos de otro presidente constitucional perteneciente a un partido político distinto al suyo desde 1916.
Desde hora temprana en el ámbito del Congreso de la Nación y después del mediodía en la Casa de Gobierno, se vivieron los momentos más significativos de la fecha y todos los detalles de la transmisión del mando presidencial del mandatario saliente, doctor Raúl Ricardo Alfonsín, al presidente entrante, Carlos Menem, fueron seguidos sin pausa alguna por millares de personas que se ubicaron en las inmediaciones del Palacio Legislativo y la sede gubernamental, y también por el resto del país, que vivió las alternativas por la televisión.
Menem destacó enfáticamente ante la Asamblea Legislativa que "si la democracia no sirve para hacer más feliz a la gente, no sirve para nada". El nuevo presidente de los argentinos, que fue tres veces gobernador de La Rioja, encarcelado y confinado por el régimen militar, exhortó al comenzar y al finalizar su mensaje: “Argentina, levántate y anda", con similar repetición rogativa a la de sus discursos en la campaña electoral, cuando pedía al terminar: "Síganme, síganme, síganme".
Posteriormente, ya con la banda presidencial y acompañado por su esposa y sus dos hijos, además del vicepresidente de la Nación, Eduardo Duhalde, y su esposa, habló al pueblo reunido en la Plaza de Mayo, desde el histórico balcón y ante una multitud, para reiterar su llamado a la unidad nacional.
Menem prestó juramento ante la Asamblea Legislativa presidida por su propio hermano, Eduardo Menem, exactamente a las 11.24, después de dos horas y media de sesión del cuerpo, durante las cuales se aceptaron las renuncias presentadas a sus cargos por el presidente y el vicepresidente salientes. Dos minutos después juró el vicepresidente Duhalde.
Luego, a las 14.10, el mandatario saliente le colocó la banda presidencial y le entregó el bastón de mando a su sucesor y seguidamente, tras despedir a Alfonsín en la explanada de Casa de Gobierno sobre calle Rivadavia, retornó al Salón Blanco.
Imponente marco
La reunión de los legisladores nacionales había comenzado a las 9, pero Menem y su esposa, Zulema Yoma, habían partido de su domicilio particular, en Posadas 1540, séptimo piso, recién a las 10.55, tras haber seguido por radio y televisión las alternativas de la primera parte de la sesión.
Durante todo el trayecto desde ese domicilio hasta el Congreso y desde allí hasta la Casa de Gobierno, Menem fue ovacionado por miles de personas que lo votaron —algunos con vestimenta gauchesca y a caballo, otros con disfraces coloridos y hasta por un conjunto que representó la "chaya riojana", típica de aquella provincia— en forma reiterada y con evidentes muestras de afecto. Al pasar por Lima y la Avenida de Mayo, desde el público le mostraron al nuevo presidente una bicicleta para simbolizar el apoyo a su promesa de aumentar tanto el precio de la nafta que se deberá utilizar ese medio de transporte.
Unos ocho mil hombres participaron durante toda la jornada, de la custodia presidencial, incluyendo efectivos de la Policía Federal, del Regimiento de Granaderos a Caballo, edecanes y de la Agrupación Seguridad de la Casa de Gobierno. El automóvil presidencial se dirigió por Posadas y Callao, a contramano, hasta el Congreso y tras jurar, el vehículo inició el trayecto, también a contramano, por la Avenida de Mayo hasta la plaza homónima y la Casa de Gobierno.
Al llegar aquí, Menem y su esposa fueron recibidos por el director de Ceremonial, Ricardo Pueyrredón, y luego, en el Salón de los Bustos, por el presidente saliente. En un momento dado y ante la enorme cantidad de personas en el lugar, Alfonsín debió tomar de la mano a la señora de Menem y llevarla por la escalera hasta el despacho presidencial, seguida por el nuevo mandatario, para conseguir vencer la marea humana que les Impedía transitar el camino.

Tras una breve reunión, Alfonsín y Menem se dirigieron al Salón Blanco, que se encontraba virtualmente colmado por ex presidentes constitucionales, ministros salientes y entrantes, dignatarios de otros países, familiares y público, donde se desarrolló la ceremonia principal.
Ni Menem ni Alfonsín hablaron durante el acta, tras el cual este último fue despedido por aquél, que luego partió con destino a la ciudad de Chascomús.
Poco después de la despedida de Alfonsín, Menem retornó al Salón Blanco y tomó el juramento, primero al ministro del Interior, Eduardo Bauzá, ante el escribano general de Gobierno, Pedro Echegaray. Enseguida se hizo lo propio con los titulares de Relaciones Exteriores y Culto, Domingo Cavallo; de Defensa, Italo Luder; de Economía, Miguel Roig; de Obras y Servicios Públicos, Roberto Dromi; de Educación y Justicia, Antonio Salonia; de Trabajo, Jorge Triaca; y de Salud y Acción Social, Julio Corso; además del secretario general de la Presidencia, Alberto Kohan, y del jefe comunal Carlos Grosso.

La breve escena tan esperada
Todo comenzó muy temprano en la Casa de Gobierno: fue cuando el presidente saliente, Raúl Alfonsín, se levantó a las siete, se vistió para la ceremonia final y sorbió, como siempre por la mañana, un té con galletitas. A esa hora, el Palacio de Gobierno relucía en todos sus ámbitos, y el repaso del personal destacado se intensificaba para poner finalmente todo a punto.
Alfonsín leyó por última vez los diarios en su despacho y recibió alternativamente a familiares y funcionarios que lo acompañaron en las últimas horas de Balcarce 50.
A media mañana, en cada lugar público de la Casa de Gobierno se había instalado un aparato de televisión por donde comenzaron a brotar las imágenes de las ceremonias, que se realizaban con motivo de la transmisión del mando y que se iniciaron con la salida del presidente electo, desde su domicilio de la calle Posadas. Cada vez que la imagen de Menem se proyectó en la pantalla, surgió el aplauso de los madrugadores simpatizantes que deambularon felices por los patios de la Casa de Gobierno.
Mientras se fue acercando la llegada de Menem se acentuó el nerviosismo de los funcionarios salientes, al par que aumentó la euforia de los nuevos habitantes de la Casa Rosada y de aquellos que se habían trasladado para ver la ceremonia, por lo menos, desde las pantallas ampliadas de los televisores.

En el Salón Blanco
Mientras tanto, el Salón Blanco también se fue llenando de personalidades que pondrían marco a la esperada transmisión. Una de las primeras en llegar fue la empresaria Amalia Lacroze de Fortabat. Del flamante elenco oficial, Jorge Triaca también madrugó en la Casa de Gobierno. Cuando se advirtió la presencia de Henry Kissinger, la señora de Fortabat se esmeró en buscarle una mejor ubicación, pero resultó imposible; también se vio llegar a Antonio Tróccoli y a Juan M. Casella, quienes se ubicaron en sectores especiales del Salón Norte, vecino al Salón Blanco.
Cerca del mediodía, el Salón Blanco ya apareció colmado: urgentes salidas del personal del protocolo, quienes retornaban cargando nuevas sillas, evidenciaban reclamos impostergables de espacios para invitados especiales. Tres sillas debieron aparecer urgentemente, a minutos antes de la llegada de Menem: fueron ocupadas por la esposa del presidente de la Nación y sus dos hijos.
A las 12.45, el personal de ceremonial trajo los dos elementos fundamentales de la ceremonia esperada: la banda y el bastón que reposaron sobre el amplio escritorio emplazado en el Salón Blanco, sobre el estrado especialmente preparado.
Finalmente, el marco para la transmisión estaba a punto: ocho primeros mandatarios extranjeros, en lugares privilegiados, esperaban, impacientes, la llegada de los protagonistas; también en un costado dos ex presidentes constitucionales: María Estela Martínez de Perón y Arturo Frondizi.
Los ministros salientes del gabinete de Alfonsín no tuvieron suerte: debieron permanecer de pie al costado de la puerta de acceso al Salón Blanco. Hubo cabildeos, idas y venidas, como si hubieran pensado en retirarse antes de la ceremonia, pero nada ocurrió sin embargo, contra el protocolo.
Paralelamente, los patios interiores de la Casa de Gobierno rebosaron de un público entusiasta que esperaba el momento de verlo a Carlos Menem presidente de la Nación, había hombres y mujeres del interior, de todas las edades y dispuestos al aplauso, cada vez que la figura presidencial aparecía en las pantallas.

El momento tan esperado se materializó, finalmente, a las 14.10, cuando Carlos Menem, de impecable azul marino, ingresó junto a Raúl Alfonsín, también de azul, al Salón Blanco, donde hizo un ademán de simpatía a su familia que tenía prácticamente enfrente.
La ceremonia central duró apenas ocho minutos: el tiempo en que el escribano de gobierno dedicó a leer el acta correspondiente, y Alfonsín calzar la banda sobre el hombro derecho de Menem y alcanzarle el bastón de mando. Después, un prolongado abrazo entre ambos y el saludo, también de los dos, a la familia Menem.
A las 14.20 todo había concluido en el Salón Blanco: Alfonsín, con gesto contenido, se despidió de quienes tenía más cerca y desanduvo por última vez, junto al presidente de la Nación, los metros que lo llevarían a la calle.
La breve escena tan esperada —la de un presidente civil recibiendo la banda de otro presidente civil— había llegado a su fin.
Sin embargo, el Salón Blanco volvió a colmarse de un público —ahora enteramente local— que se aprestó a vivar a los nuevos integrantes del gabinete nacional que deberían prestar el juramento de ley.
Por entonces, las medidas de seguridad de la Casa de Gobierno habían generado no pocos inconvenientes: las puertas cerradas, para evitar el traslado de personas de un sector a otro, significaron la rotura de varios vidrios, y la demora de periodistas y fotógrafos que aparecieron “confinados”, junto con el público, en lugares determinados. Resultó difícil obtener alguna medida “libertadora” para el desplazamiento, y los inconvenientes y los gestos de protesta no escasearon.
Mientras los “nuevos moradores de Balcarce 50” fueron tomando posiciones —fue fácil advertir como muchos concurrentes se demoraron en los lugares más expectables de la Casa de Gobierno—, los últimos funcionarios del radicalismo se alejaron.
La salida de Alfonsín, desde el interior de la Casa de Gobierno, apareció normal y sin los contratiempos de otros presidentes anteriores, sobre todo militares; sin embargo, se escucharon gritos hostiles, que no fueron mitigados por otros de respaldo al presidente saliente.
Finalmente, el presidente de la Nación habló desde los balcones de la Casa de Gobierno y luego nuevamente saludó al público que deambulaba por los interiores. En un momento, Menem apareció en el sector de prensa de la Casa de Gobierno, llevado por la necesidad de eludir la presión de los simpatizantes.
Como no podía ser de otra manera, en dicho sector, rodeado de periodistas, el presidente de la Nación se vio envuelto en una "miniconferencia de prensa". El doctor Menem, sin embargo, no formuló anuncios: se limitó a expresar, frente a preguntas: "A partir de mañana tenemos que empezar a poner en marcha nuestras ideas".

Reclamado por el personal de ceremonial, el presidente de la Nación volvió a su despacho recorriendo los vericuetos internos de la Casa de Gobierno, como una forma de "atemperar" el efecto de los últimos visitantes del Palacio. A las 17, partió hacia la Cancillería, y finalmente al teatro Colón, rubricando su primer día como presidente de la Nación. Hoy domingo, tampoco será "día no laborable" para el nuevo presidente.