El Bolshoi premió al argentino Bocca
MOSCÚ (EFE). — El bailarín argentino Julio Bocca, de 19 años, recibió hoy la Medalla de Oro del Quinto Concurso Internacional de Ballet Clásico del Teatro Bolshoi moscovita, en la categoría de solistas masculinos.
Julio Bocca llamó la atención desde las primeras eliminatorias con su presentación, muy personalizada, de variaciones sobre el Cascanueces de Tchaikovsky, pieza elegida naturalmente por buena parte de sus competidores soviéticos y extranjeros.
El bailarín argentino se presentaba en compañía de su compatriota Raquel Rossetti, distinguida a su vez con un premio especial como la mejor secundaria del certamen, de especial significado para ella, ya que su intervención fuera de concurso excluía su candidatura para los principales premios.
En la categoría femenina y en duetos las medallas de oro se quedaron en la URSS, lo que revaloriza igualmente el éxito de ambos bailarines argentinos.
Las bailarinas soviéticas Nina Ananiashvili —solista de la propia compañía del Bolshoi hace años— y Marina Leonkina compartieron el Primer Premio Femenino, mientras que en duetos, el triunfo fue para sus compatriotas Vadim Pisarev y Alexander Vetrov.
El certamen organizado por el gran Teatro Bolshoi, cuyo jurado estuvo presidido por el jefe de sus coreógrafos, Yuri Grigorievich, reunió inicialmente a más de un centenar de bailarines de casi cincuenta países, todos ellos promesas sólidas del ballet clásico de edades comprendidas entre los 17 y los 25 años.
Los costos del viaje a la URSS y la estadía de Bocca y su compañera Rossetti fueron cubiertos por la Fundación Teatro Colón de Buenos Aires.
DALE BOCCA
A los cuatro años tomó la primera clase de danza con su mamá. Catorce años después, Julio Bocca acaba de ganar en Moscú el premio al mejor bailarín, ante un jurado internacional y compitiendo con más de 120 jóvenes de todo el mundo.
"El tren que me traía desde Munro al centro estaba casi siempre repleto y yo viajaba colgado de afuera y hasta sin boleto. Cuando bordeaba esa curva famosa por la que siempre, irónicamente, se venía abajo el tren del San Fernando frente a las vías del Central Córdoba, pensaba mucho, pero después me concentraba en mis clases.
Eso me pasó desde que quise ser bailarín. A los diecinueve años gané en Moscú la Medalla de Oro al mejor bailarín en un concurso internacional del Bolshoi. Fue algo increíble."
Claro, por más fantasioso que sea un pibe de los diez años, no se le va a ocurrir jamás que a los dieciocho le den el premio de la Medalla de Oro al mejor bailarín en un concurso en la Unión Soviética ante un jurado internacional y compitiendo con 120 participantes de todo el mundo.
Pero eso es exactamente lo que le pasó a Julio Bocca, que a los cuatro años tomó su primera clase de danza con la profesora Nancy (entre otras cosas, su mamá). Desde entonces no paró de darle duro a la barra. La pasión por la música y la danza es algo común a todos los integrantes de esta familia: también Nancy, la hermanita de Julio, pertenece al Colón, como miembro del coro. Oscar, el hermano de veinticuatro; no baila ni canta, pero maneja un colectivo.
—¿Se nace bailarín? ¿Por qué fuiste vos el que se enganchó con la danza y no Oscar, viniendo los dos del mismo ambiente?
—Me parece que bailarín se es o no desde el principio. Pero también puede ser porque a él le molestaba que lo jorobaran y lo cargaran en la escuela llamándolo "maricón".
—¿Y a vos?
—A mí no me cargaban mucho, no sé por qué, pero en el barrio nunca me dijeron nada agresivo.
—¿Seguramente, aparte de bailar jugarías bien al fútbol?
—Es cierto, realmente jugaba muy bien, y los pibes me pedían que les hiciera exhibiciones de saltos.
—¿Por qué existe esa idea, casi obsesiva con respecto a los chicos que estudian danza clásica?
—Será porque este es un arte muy refinado, un poco rococó.
Nació el 6 de marzo de 1967 pero parece algo mayor, tal vez por lo serio. Su mamá, además de profesora egresada de la Escuela Nacional de Danza, es maestra jardinera y profesora de música, piano y dibujo, y Julio también fue su alumno en el jardín de infantes de Munro.
—No fue sino el año pasado cuando me mudé a un departamento en Once; hasta entonces hacía diariamente el viaje Munro-Centro-Munro.
No sólo los viajes eran sacrificados: a los ocho años iba a la primaria y ya estaba cursando en la Escuela Nacional de Danzas y en la Escuela del Teatro Colón. Un tiempo después se pasó a una primaria del centro, pero como ya trabajaba con el cuerpo de baile del teatro, los días de función llegaba tardísimo a su casa. Él dice que no se acuerda demasiado, pero una profesora del teatro le contó hace poco que, cuando dio el examen de ingreso al Colón, no querían ni tomarle la prueba porque la edad mínima para entrar era diez años y él tenía dos menos. Alguien que ya lo conocía insistió, y el jurado cerró su prueba aplaudiéndolo de pie.
—Yo bailaba porque lo sentía de verdad, aunque no fuera del todo consciente, y nunca me sentí forzado por las exigencias. Lo que no me gustaba nada era estudiar, así que largué el secundario. Tenía trece años y como pertenecía al Ballet de Cámara que por entonces tenía el Colón hacíamos muchísimas giras por el interior.
Ahí empezó a viajar y se fue un poco más lejos cuando el cubano Alberto Alonso eligió los siete mejores puntajes de la Escuela para armar una compañía que fue a trabajar a Caracas.
"Pasamos siete meses en Venezuela, auspiciados por la Fundación Teresa Carreño. Tenía quince años y junto con Maximiliano Guerra, que también es primer bailarín del Colón, éramos los más jóvenes del grupo. Todo ese tiempo tuve una novia que también era bailarina, pero se quedó en Caracas."
En 1982 estuvo actuando como primer bailarín invitado en Río de Janeiro y su regreso a Buenos Aires coincidió con la llegada de Enrique Martínez, que venía a montar el ballet y lo contrató como refuerzo del teatro.
—Ese fue mi punto de partida en el Colón porque seguí contratado y, al volver de una nueva temporada en Brasil, el maestro italiano Biaggio me dio un papel como solista en "Romeo y Julieta".
—Parece una constante que sean siempre extranjeros los que te abren nuevas posibilidades.
—Es así y eso me da bronca, no ya por mí, sino por toda la gente de altísimo nivel que tenemos y a la que se le presentan pocas opciones.
—¿Cómo se llega a primer bailarín del Colón?
—No es sencillo, porque son puestos estables a los que se accede por concursos que no se realizan desde hace muchos años. Actualmente somos cinco, contándome a mí que firmé en abril y a Raquel Rossetti, a quien nombraron después de Moscú y los premios.
"Ya en 1981 yo había querido participar en el concurso soviético que se realiza cada cuatro años, pero no pude porque la edad mínima era diecisiete años. Hace unos meses mandé una carta pidiendo las bases y nos inscribimos fuera de término, porque al Colón nunca llega nada a tiempo. Con Raquel habíamos bailado pocas veces juntos, pero nos llevamos muy bien porque nos entendimos desde el principio. A ella la admiro como bailarina y como persona, me da mucha seguridad porque solo con mirarnos sabemos lo que tenemos que hacer. Yo prefería presentar 'pas de deux' antes que números solistas, porque eso ayuda a afirmarse y a ambientarse con el escenario. Ella estuvo de acuerdo en acompañarme y también con las piezas elegidas"
La selección constaba de tres rondas excluyentes y en la primera presentaron el "Don Quijote"
"Cuando estábamos por salir al escenario del Bolshoi repleto, nos dijimos 'vamos a mostrar lo que sabemos'. En uno de los primeros movimientos Raquel se me fue, no la agarré a tiempo y el público se rió. Eso fue como una inyección que nos llenó de energía y pusimos todo en el baile; cuando acabó el 'adaggio' se hizo un silencio para nosotros interminable, y pensé 'acá sonamos'. Pero no, el aplauso fue impresionante y ya en la Coda del Gran Pas de Deux la gente seguía la música con las palmas."
Cada una de las rondas duraba varios días en los que la ansiedad por conocer el resultado sólo se calmaba con los exigentes ensayos.
"Todas las delegaciones habían viajado con sus maestros, sus pianistas y masajistas. Los únicos que estábamos solos éramos los argentinos y los venezolanos; a nosotros nos ayudó mucho con sus clases una profesora brasileña que integraba el jurado."
En la segunda ronda presentaron "Corsario" y "Tango", con música de Piazzolla. Para ese entonces, el público ya los había elegido y los llenaba de flores y regalos a la salida del Bolshoi.
"Lo más maravilloso era el clima que había entre los concursantes: todos vivíamos en el mismo hotel y compartimos muchas salidas y fiestas, estábamos muy unidos e incluso los eliminados se quedaron para presenciar la final. Antes de que concluyera la segunda ronda, nos avisaron que íbamos a ensayar con la orquesta el "Cascanueces, que era nuestra pieza para la tercera parte. El solo hecho de haber llegado hasta ahí nos dio una satisfacción enorme y ni nos animamos a soñar con más.
Pero hubo más; los rusos son terribles apasionados del ballet y ellos nos decían que hacía muchos años que no veían bailar a Tchaikovsky así. De verdad pienso que pusimos el alma en lo que hicimos, nos ayudó mucho todo lo de adentro, el sentimiento y no sólo la técnica".
—¿Cómo se enteraron del resultado?
—La noche del 25 el jurado estaba deliberando en el teatro. Todos los participantes, junto con un montón de periodistas, esperábamos en la puerta. A las dos de la mañana decidimos con Raquel que nos íbamos a descansar; sabíamos que, aunque más no fuera, una mención íbamos a obtener y al día siguiente tendríamos que volver a bailar.
—¿Y?
—Y bueno, a la mañana temprano nos despertó una llamada del embajador argentino para avisarnos que habíamos resultado el Mejor Bailarín y la Mejor Partenaire. Nos mirábamos y no lo podíamos creer, pero apenas si tuvimos tiempo porque nos empezaron a llamar de todas partes. Fue una locura, la cabeza me explotaba y nos apuramos para ir a la embajada para hablar por teléfono a Buenos Aires
—¿Qué dijo tu mamá?
—El marido de Raquel ya le había avisado, así que cuando yo la llamé, ya estaba llorando sin parar. Esa misma noche fue la entrega de premios y tuve que decir unas palabras de agradecimiento; nunca me gustó mucho hablar y casi me muero del susto. Enseguida tuvimos que cambiarnos para volver a bailar y fue entonces, en pleno teatro Bolshoi de Moscú, donde me caí por primera vez en mi vida.
—Serían los nervios...
—Claro, habíamos tenido quince días de absoluta tensión y después del premio nos relajamos. De todas maneras, el público nos cubrió de flores y estuvimos saludando cuarenta y cinco minutos seguidos.
Ya es frase trillada que los argentinos somos exitistas, pero una vez más tuvieron que decirnos desde afuera lo que alguien vale. Recién entonces Julio y Raquel tuvieron su noche gloriosa.
—El regreso fue hermoso y emocionante, pasaron tantas cosas que recién hace muy poco estuve pensando en lo que me ocurrió, en lo que fue todo eso. Cuando llegó la noche de la función en el Colón estábamos mucho más nerviosos que allá; era nuestro país, nuestro teatro. Se me caían las lágrimas antes de salir al escenario, pero anduvo todo bien y ahora hay que seguir adelante
—¿Qué cosas cambiaron desde el premio para acá?
—No sé, yo sigo ensayando y trabajando. Pienso que ahora las autoridades del teatro me escuchan más que antes y quiero aprovechar eso para cambiar algunas cosas que no me gustan. El Colón fue hecho para presentar óperas y, en principio, querríamos lograr el mismo trato para el ballet Nos cuesta bastante obtener más fechas de funciones. Pero vamos a insistir. insistir. Ahora, por ejemplo, se va a presentar en un concurso en Perú una bailarina muy joven que no tiene ningún apoyo de su propio teatro.
