Con un final electrizante River se quedó con la Copa
Leo Ponzio
Campeón Copa LibertadoresDespués de idas, vueltas y suspensiones, la Libertadores ya tiene campeón. En un partido que se definió en el alargue, el equipo de Gallardo se impuso en Madrid por 3 a 1. Benedetto había abierto el marcador para Boca, y Pratto anotó el empate, que estiró el suspenso. En el minuto 3 del segundo tiempo suplementario, el colombiano Quintero, la figura de la noche, destrabó el duelo, y sobre el final, con Boca lanzado en ataque, Pity Martínez selló el resultado. Con la expulsión de Barrios y Gago otra vez lesionado, el Xeneize terminó con nueve. Es la cuarta Libertadores para los de Núñez. Ahora lo espera Abu Dhabi.
MADRID. ENVIADO ESPECIAL. No tienen idea qué es ese oso y ese madroño en Puerta de Sol pero le dan la vuelta olímpica. “Tomala vo...damela a mi... somo campeones en Madrid”, brama la marea roja y blanca. No es difícil imaginarse el Obelisco. Ahí con verano, aquí con el frío invernal que aprieta fuerte cuando ya es casi lunes. River le pone punto final a la final más larga de la historia con el festejo interminable de la cuarta Copa Libertadores.
Marcelo Gallardo era héroe. Ahora es Dios. Aunque haya estado confinado al palco del Bernabéu por aquella estúpida sanción de la Conmebol, su enésima decisión estrafalaria. Parece que los 14 millones de dólares que le sacó a D’Onofrio para comprar a Pratto están más que amortizados. Y también los 4 por Armani. Y por sostener al veterano capitán Ponzio. Y haber apostado por Pity, Nacho, Palacios y siguen las firmas. Si hubo Pederneras, Labrunas y Morenos, hay también Gallardos, qué duda cabe. Lo dice, al menos, esa multitud que lo acaba de bañar de gloria en el Bernabéu.
Bajan los últimos hinchas que se quedaron cantando en el Fondo Norte para ir a Puerta del Sol. Van apagándose esas luces del estadio que hacen día de la noche, que obligan a admitir que el fútbol nocturno en Argentina se ilumina con velas.
Van caminando por Castellana hasta Gran Vía, doblarán a la derecha y desde Montera o Callao irán al Kilómetro 0 de Madrid. Allí ya hay una multitud enloquecida. También pasan hinchas de Boca rumbo a su derrota inapelable, a calmar el dolor. Si se puede.
Hay sensación de que el 3-1 marca el futuro de ambos equipos. Hay un evidente fin de ciclo de Boca. Se concretó lo que se venía insinuando. Algunos hinchas, como siempre ocurre en la derrota, se hacen preguntas. Por qué jugó Benedetto y no Benedetto y Ábila. Por qué salió Benedetto. Por qué un equipo con poco fútbol deja fuera del banco a Cardona y lo pone a Gago, a este momento de Gago. Por qué Tevez entra tarde. Para qué se trajo a Zárate.
El que gana no pregunta. Hasta se olvida que le negaron un penal cuando el partido estaba abierto. Flamean las banderas en ese río que va rumbo a Sol. La plaza es argentina. La hora, que el día siguiente es laborable y el temor a esa fauna enloquecida de fervor espanta a los españoles y a los turistas. Todo es de River, sí. “Tomala vos...damela a mí...”
Hay sensación de eternidad en la conducción de Gallardo que, seguramente deberá renovar el plantel campeón de América. Aquí han visto a Quintero, han visto a Pratto y su edad no debería ser un obstáculo para un equipo europeo. Y saben del ausente Borré. Y de los pibes que vienen de abajo como este Julián Álvarez que tuvo sus minutos en el campo.
“Un minuto de silencio...para Boca que está muerto...”, se atreven, ahora sí. Y el repertorio continúa con los hits más agresivos hacia el rival eterno. El triunfo les da derecho, parece. Hasta el momento en que estas líneas vuelan hacia Buenos Aires no se sabe de enfrentamientos.
Hay de todo en Puerta del Sol. Jóvenes, viejos, familias. Hay abuelo, hijo y nieto abrazados. Uno recuerda la frustración del 66 en Santiago de Chile. El otro rememora al Búfalo Funes del 86. El más chico tiene fresca la Copa de hace tres años. Parece que fue ayer. Parece que mañana será igual. En estas horas, River cree que todo es posible. Se sienten campeones. Son campeones. Daniel Lagares
Textuales
“Me siento un privilegiado, soy un hijo adoptivo de este club. Es difícil que vuelva a pasar algo como lo de hoy” Leonardo Ponzio
“Voy a jugar el Mundial de Clubes pero el objetivo era éste. Quiero informarle a la gente que no voy a seguir” Pity Martínez
Pudo ser de Boca pero fue de River, que apareció justo. En el Bernabéu hubo duelo de estilos, dramatismo y polémicas
Benedetto puso el 1-0, pero empató Pratto y fueron al alargue. Allí, Quintero y Martínez liquidaron el duelo.
Está bien que River sea el campeón. Y está bien que Boca revise por qué se le fue un partido que tenía controlado. A la hora decisiva, River fue más eficaz en sus momentos de dominio y a Boca le quedó corta la superioridad como para dar el golpe de nocaut. Lo definieron los jugadores, quedó en un segundo plano eso de la batalla táctica, aunque también existió.
A esa hora de los combates de pizarrón, en la batalla naval, había quedado a flote Guillermo, que decidió ir con tres delanteros. Un esquema que, a medida que transcurrió el partido, se fue consolidando en un “todos atrás y Wanchope arriba”. Y había hecho agua Gallardo, que eligió el módulo más habitual en vez de esos cinco defensores —con Martínez Quarta— al que a veces recurre. Pero el partido no lo definieron las apuestas de los técnicos. Lo definieron los jugadores. Y en los momentos en que había que hacerlo.
La pasión no estará muy preocupada con estas cuestiones. El que gana celebra y el que pierde sufre. Así será siempre. Pero ese es el final del camino de los 90 minutos, en este caso estirado a 120 y, de puro azar, a punto de ir a penales.
Los neutrales, de parabienes. La final estuvo a la altura de las expectativas. Tuvo dramatismo, emoción, polémicas y algunos lapsos de buen juego con dos estilos diferentes. Más directo Boca, cuando ganó la zona media. El gol de Benedetto es la prueba. Más elaborado y con cambio de ritmo River, como en el empate de Pratto y el zurdazo de Quintero. El galope solitario de Martínez hacia el ingoal del 3-1 es pura yapa.
Si el fútbol es ingrato, más lo es en estas horas con Nández, que dejó el alma, puso juego y sostuvo a Boca en sociedad con Barrios hasta que el colombiano se ganó la roja por una falta innecesaria, la tercera que hacía. Y si de ingratitudes se trata, Boca se quedó sin nada después de un primer tiempo en el que fue superior. No pudo hacer la diferencia antes, sobre todo con ese remate de Pérez que tapó Armani a los diez minutos. Y el 1-0 le quedó corto. Porque se metió atrás a cuidar la ventaja conseguida y no tuvo más aire, ideas ni jugadores. Había pasado su momento cuando empezó el de River.
Antes del empate de Pratto tras una triangulación estupenda de Palacios y Fernández, Andrada había hecho vista ante un remate de Nacho, le había atajado un derechazo al propio Palacios y cortado un cabezazo al mismo Pratto. Se veía venir el gol. Y vino, nomás.
Estaba crecido River, como más entero de las piernas y de la cabeza. Como sabiendo que tarde o temprano iba a llegar al segundo gol. Boca caía en picada. Se sostenía, pero no inquietaba. Entró Gago por un Pérez extenuado y en el alargue se rompió. Entró Jara por Villa por la expulsión de Barrios. Cuando entró Tevez ya era tarde.
Pasó el penal no cobrado. No pasaba mucho. Y pasó Quintero para sacar provecho de una mala salida de Andrada con los puños. Qué pecado, qué problema. Ya no hubo partido, ya no había equivalencias y sin embargo, un nuevo episodio increíble estuvo a punto de producirse con ese tiro de Jara que dio en el palo derecho de Armani. Si algo le faltaba a esta Superfinal hubiera sido tener que definir desde los 12 pasos.
Napoleón conquistó Madrid y quedó para siempre en la historia
Es el único técnico de River que ganó dos Copas Libertadores. Además, suma otra como jugador.
No quedan dudas: Marcelo Gallardo es el entrenador más importante de la enorme y rica historia de River.
Y ahora, después del rutilante éxito ante Boca en la final de Copa Libertadores, se genera un interrogante más abarcativo: ¿es Marcelo Gallardo el personaje más preponderante de la historia riverplatense? Conviene no hacer encuestas en los próximos meses porque el Muñeco arrasará.
Nadie imaginaba esta historia. Ni siquiera Enzo Francescoli, el mentor de la llegada del Muñeco. “Siempre recordé a Marcelo como un gran jugador y un tipo muy pensante. Va camino a darnos muchas satisfacciones a todos”, lo elogió el uruguayo la tarde de su presentación, el 6 de junio de 2014. “El hecho de conocer la cultura y la historia del club me hace sentir que hay un lindo camino por recorrer. No puedo desatender la historia y la cultura futbolística de River”, sentó las bases el director técnico esa misma tarde.
Para el entrenador que llegaba no era una parada fácil. Tampoco para los dirigentes, con el presidente Rodolfo D’Onofrio a la cabeza. El indomable Ramón Díaz había pegado el portazo de manera intempestiva. Luego del doloroso paso por la Primera B Nacional, River había vuelto a ser River de la mano del Pelado: obtuvo el Torneo Final 2014 y la Copa Campeonato de ese mismo año. El equipo estaba armado y las expectativas eran muchas. Pero Ramón, fiel a su estilo, dijo adiós. Y apareció Gallardo, que venía de dar sus primeros pasos como DT en Nacional de Montevideo.
El empate sin goles contra Ferro en el debut (27 de julio) por los 16avos de final de la Copa Argentina no fue presagio de nada. O tal vez sí, porque esa noche River se impuso por penales. Al trabajo y la eficiencia hay que sumarle siempre una cuota de fortuna.
Existe un legado que Gallardo regaló para siempre por su forma de ser, su estirpe ganadora, su confianza incalculable, sus convicciones, su inteligencia para plantear los partidos, su capacidad de renovarse. Porque conviene aclarar: el Muñeco ha reinventado River año a año. Y el resultado fue siempre el mismo: ganó. Los títulos se acumulan y se podrán seguir sumando hasta que él decida que es momento de buscar nuevos desafíos. La sensación que tienen todos los futboleros es que Gallardo puede llevar a River a lo más alto una y otra vez. Al infinito y más allá.
Se escribirán libros, además, de Gallardo. Ya los hay y vendrán muchos más. Todos, con mayor o menor rigor, destacarán lo mismo:
1) Es ganador Gallardo. Y la afirmación no se sustenta solamente con el recuento de los torneos que conquistó, sino por el modo, por la cara que le puso a cada una de las victorias. En el rostro de Gallardo hay placer. Se planta en la cancha de Boca con perfil desafiante y provocador: sabe que tiene chances de ganar porque tiene un método. River, así, dejó atrás un karma histórico: el clásico rival antes le ganaba tirando la camiseta. Logró dar vuelta la taba el Muñeco.
2) Tiene personalidad Gallardo. No es un rasgo que adquirió luego de ganar: le precede. Lo mandó al banco a Fernando Cavenaghi cuando el Torito era genio y figura del ciclo anterior de Ramón Díaz. “Yo quiero lo mejor para River y todo lo que hago lo hago pensando en el bien del equipo. Juegan y jugarán los que crea que están mejor, aunque eso no significa que no me pueda equivocar”, suele confesar. Pasaron Pablo Aimar, Javier Saviola, Lucho González, Andrés D’Alessandro y más: todos aceptaron las determinaciones del entrenador. Incluso el actual capitán Leonardo Ponzio, que en los comienzos no era titular. ¿Acaso no sorprende que en más de cuatro años Gallardo no haya tenido que afrontar ningún escándalo mediático? El liderazgo tal vez sea uno de los grandes méritos del nacido en Merlo hace 42 años.
3) Es estratega Gallardo. Y no le queda mal el apodo de Napoleón, más allá de que a él lo avergüenza. En batallas clave nunca se mancó el Muñeco, como sucedía con el estratega francés en el Siglo XVIII. Con Gallardo en el mando, River eliminó a Boca en cuatro mano a mano (Copa Libertadores 2015 y 2018, Copa Sudamericana 2014 y Supercopa Argentina 2018) y siempre utilizando una táctica distinta. El conjunto de Núñez se hizo toro en su rodeo y torazo en el ajeno. Juega en Brasil con la misma soltura que lo hace en el Monumental. Se planta e impone condiciones.
Es tan grande Gallardo para River que es difícil describirlo. Pero no resulta anacrónica una imagen que regaló un plateísta. “Al Monumental hay que ponerle Marcelo Gallardo”, soltó el hombre, con algunas lágrimas en los ojos. ¿Será para tanto? Maximiliano Uría