Jorge Bergoglio es FranciscoPapa argentino

Sergio Rubin

Co autor “El jesuita, conversaciones con Jorge Bergoglio"

Bergoglio, la sorpresiva elección de un Papa argentino que abre una etapa nueva en la Iglesia. El cardenal argentino, un jesuita, fue consagrado así en la quinta votación celebrada ayer. Con 76 años, el flamante Papa se mostró sencillo y tímido pero decidido ante la multitud en Plaza San Pedro

Vaticano. Corresponsal Julio Algañaraz La Iglesia Católica de 1.200 millones de fieles inició anoche una nueva era de reformas y aperturas sociales con la elección en la quinta votación del Cónclave de 115 cardenales del argentino Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, que eligió llamarse Francisco, lo que es todo un programa por el nombre evocado. Bergoglio, de 76 años, se presentó con sencillez y una cierta timidez ante una extraordinaria multitud emocionada en el balcón principal de la basílica de San Pedro, e hizo una leve inclinación cuando las bandas de música del estado pontificio y de los carabineros italianos ejecutaron brevemente en su homenaje el himno nacional argentino.

“Pero ¿qué pasó?”, se preguntaban y se preguntan todos, porque Bergoglio no estaba en ninguna lista de favoritos o de “tapados”. Una vez más, cuando la Iglesia enfrenta una crisis grave hace una fuga hacia adelante extraordinaria, que recuerda los tiempos de Juan XXIII, el “Papa bueno” elegido a los 76 años como un pontífice de transición y que hizo en cinco años de reinado la revolución del Concilio Vaticano II.

Primer saludo. Jorge Bergoglio, ya como Francisco, saluda ayer a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro. Acaba de convertirse en el Papa 266 de la Iglesia Católica.

Bergoglio es un reformador y de inmediato la multitud captó en sus modos y en sus dichos, que las cosas cambiaron. “Hermanos y hermanas, buenas noches”, comenzó. “Ustedes saben que el deber del Cónclave es dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales lo han ido a buscar casi al fin del mundo. Pero estamos aquí”.

“Les agradezco la acogida. A la comunidad diocesana de Roma, a su obispo, gracias. Antes que nada quisiera orar por nuestro obispo emérito Benedicto XVI. Oremos todos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja”. Francisco recitó, y la multitud lo siguió, el Padre nuestro, el Ave María y el Gloria.

En esta foto de 2007, el Papa Benedicto XVI saluda al entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos AiresEn esta foto de 2007, el Papa Benedicto XVI saluda al entonces cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires

“Ahora comenzamos este camino. Obispo y pueblo. Este camino de la Iglesia de Roma, que es aquella que preside en la caridad a todas las iglesias. Un camino de fraternidad, de amor y de confianza entre nosotros. Oremos siempre por nosotros, el uno por el otro, oremos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad.”.

“Espero que en este camino de Iglesia que hoy comenzamos me ayudará mi cardenal vicario, aquí presente, y que este camino sea fructuoso para la evangelización de esta siempre bella ciudad”, agregó. “Antes que el obispo bendiga al pueblo, les pido que recen al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo pidiendo la bendición para su obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí”.

Bergoglio-Francisco se hincó, mientras la multitud rezaba por el obispo de Roma: “Ahora daré yo la bendición a ustedes y a todo el mundo, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad”.

El flamante Papa impartió la bendición en latín y concedió la indulgencia plenaria. “Gracias por tanta acogida. Recen por mí y nos veremos pronto. Mañana quiero ir a rezar a la Virgen para que proteja a toda Roma. Buenas noches y buen reposo”.

Nunca se habían escuchado estas frases con referencias continuas a la fraternidad, a la confianza, y estos tonos despojados de lenguaje curial, del primer Papa latinoamericano, argentino, jesuita, que invoca poniéndose el nombre como un sayo de San Francisco, símbolo de la pobreza, del cristianismo puro, de un enfoque que mostró el camino de una Iglesia que pone a las necesidades en un plano elevado en un discurso en el que la teología fue desplazada.

El Papa argentino, cuando salió al balcón principal de la basílica de San Pedro, se puso solo la estola, se acomodó sólo el micrófono. Pequeños gestos que no pasaron desapercibidos a los especialistas. “La Iglesia sabe renovarse y asombrar, hizo un gesto de gran unidad, de discontinuidad con la Curia Romana. Esta es una jornada histórica que nos recordaremos toda la vida”, dijo el director del Corriere della Sera, Ferruccio De Bortoli.

Todavía no se sabe nada, pero se sabrá pronto, lo que ocurrió en el Cónclave que causó el tsunami Bergoglio, llenando de desconcierto a todos los especialistas que barajaban nombres y fuerzas de los cardenales más poderosos, de las iglesias protagonistas, como la italiana o la norteamericana.

Fumata. El humo blanco, ayer por la noche de Italia, asomó desde la chimenea de la Capilla Sixtina. Fue la quinta votación

Apenas el cardenal Giovan Battista Ré, decano del sacro colegio en reemplazo del cardenal Sodano que no pudo entrar al Cónclave porque pasó los 80 años de edad le preguntó si aceptaba el cargo y cómo quería llamarse, Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, terminó de abandonar su condición de cardenal y en la Sala de las Lágrimas, como llaman a la sacristía de la Capilla Sixtina, eligió las vestimentas blancas de Papa de tamaño mediano (había tres) y antes de emprender la procesión hacia el balcón, la multitud y la gloria, sorprendió a los que lo rodeaban.

Pidió hablar por teléfono con Joseph Ratzinger, su predecesor, del que fue único rival en el Cónclave de abril de 2005. La conversación fue, según una versión, más que cordial, muy cálida. Benedicto XVI está en Castelgandolfo y le reiteró al nuevo Papa su devoción y obediencia. Francisco le dijo que pronto irá a visitarlo. El cardenal Timothy Dolan indicó en el Colegio de América del Norte, el seminario estadounidense en Roma, que Francisco dijo a los cardenales tras el cónclave que lo eligió papa que “mañana por la mañana (por hoy) visitaré a Benedicto’’.

El Papa argentino cenó anoche con los otros cardenales en el Pensionado de Santa Marta, donde los purpurados pernoctaron durante el Cónclave. Bergoglio cambió de habitación porque al Sumo Pontífice le reservaron la suite 201, la más grande. Allí se quedará unos días hasta que terminen de arreglar los aposentos pontificios.

La decisión se tomó prácticamente en 24 horas. En una primera votación en la tarde del martes, ninguno de los 115 purpurados consiguió la mayoría necesaria de dos tercios. En el cónclave de 2005 se cree que entró en las últimas votaciones en las que finalmente se impuso su predecesor Benedicto XVI, quien renunció el 28 de febrero, a los 86 años, alegando razones de salud y falta de fuerzas.

La noticia sobre la elección de Bergoglio como el nuevo Papa, el primero que no proviene del continente europeo desde el siglo VIII, fue recibida con sorpresa y alegría, principalmente en Latinoamérica, donde vive el 46 por ciento de los 1.200 millones de católicos del mundo. América Latina podría ser su primer destino de viaje fuera de Europa, concretamente Brasil, donde participaría en la Jornada Mundial de la Juventud, que había sido convocada por su antecesor Benedicto XVI.

El nuevo Papa saluda a los fieles desde el balcón. El nuevo Papa saluda a los fieles desde el balcón.

En los últimos años, Bergoglio chocó varias veces con los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, con sus críticas por la corrupción y la pobreza, así como con su campaña frontal —pero infructuosa— contra la legalización del matrimonio homosexual. “No se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios”, dictaminó por entonces el nuevo Papa, acérrimo opositor al matrimonio igualitario y el aborto, al aclarar su posición en una carta.

Hoy por la mañana, Francisco hará una visita privada a un lugar mariano de Roma. Por la tarde, el Papa presidirá la Concelebración eucarística con los cardenales electores en la Capilla Sixtina.

Una imprevista visita a la iglesia, un Día de la Primavera que cambió su vida. Por Sergio Rubín

Era el Día de la Primavera. El joven Jorge Bergoglio iba de festejos con su noviecita. Pero algo lo llevó a pasar por su parroquia porteña de San José de Flores. Sentía deseos de confesarse. Las palabras del sacerdote -cuyo nombre nunca reveló- lo sacudieron. Le despertaron la vocación religiosa que llevaba dentro. Salió de allí convencido de que quería ser sacerdote. Pero no se lo dijo a nadie.

El único síntoma fue que al poco tiempo rompió con su novia. Fiel a su estilo reservado esperó unos años para anunciar su decisión a su familia. Su padre lo celebró. Su madre, en cambio, se enojó. Pero no se amilanó. Fue duro para él: ella no quiso ir a verlo durante los primeros años de seminario hasta que, finalmente, aceptó su decisión. Una decisión que -quién podría imaginarlo- lo llevaría muchos años después a ser el primer Papa argentino y latinoamericano.

En familia. De pie, el hermano Alberto Horacio, Bergoglio con los hábitos, el hermano Oscar Adrián y la hermana Marta Regina. Sentados, la hermana María Elena, la madre Regina y el padre Mario José Francisco. En familia. De pie, el hermano Alberto Horacio, Bergoglio con los hábitos, el hermano Oscar Adrián y la hermana Marta Regina. Sentados, la hermana María Elena, la madre Regina y el padre Mario José Francisco.

La demora en entrar al seminario pareció explicarse por su deseo de relacionarse con el mundo profano antes de abrazar la vida religiosa. Ya mientras cursaba la secundaria trabajaba por pedido de su padre. Luego, una ocupación en un laboratorio sería clave para su fogueo con el mundo adulto. Allí ejerció una gran influencia su jefa, Esther Balerino de Carriaga, una abierta simpatizante del comunismo -secuestrada y desaparecida durante la última dictadura- que lo inició en el esmero del trabajo y le despertó su gusto por la política, pero no militante, sino como objeto de estudio. “Es cierto que leía la publicación del Partido Comunista, pero nunca lo fui”, contó.

Pero acaso la experiencia más fuerte de su juventud -que le marcó el límite humano- fue una grave enfermedad que lo codeó con la muerte. Hubo varios días de incertidumbre porque los médicos no acertaban con el diagnóstico. Al fin, detectaron una infección pulmonar que requirió un tratamiento con sondas que le provocó dolores terribles. Las palabras de circunstancias para confortarlo no lo convencían. Hasta que una monja que sorpresivamente lo consiguió lo logró con una frase simple y directa: “Con tu dolor, lo estás imitando a Jesús”. Desde entonces, Jorge Bergoglio vive con un solo pulmón, lo que lo obliga a administrar sus esfuerzos, si bien nunca fue una severa restricción.

Recuperado, ingresó finalmente al seminario. Optó por los jesuitas porque le atraía su perfil de gran formación y cierto vanguardismo. Ya ordenado, quería ser misionero. Y añoraba con ir a Japón, donde los jesuitas tienen una fuerte presencia. Pero no logró la autorización de su superior. Técnico químico y profesor de literatura, la docencia se reveló como otra de sus grandes vocaciones. En su paso por el prestigioso colegio de la Inmaculada de Santa Fe, sus alumnos lo bautizaron “el profe Carucha”, severo, pero muy querible. Él se esmeraba: llegó a llevar a la provincia para su clase nada menos que a Jorge Luis Borges.

Con apenas 37 años, se convirtió en superior de los jesuitas en la Argentina. Eran los tiempos de la violencia política, la última parte de la guerrilla y el terrorismo y el comienzo de la represión de la dictadura más sanguinaria que conoció la Argentina. También fueron momentos de gran tensión para los jesuitas. Dos de sus sacerdotes, que trabajaban en la villa del Bajo Flores fueron secuestrados y torturados. A Bergoglio hay quienes le achacan no haberlos defendido, pero él asegura que lo hizo con energía y que sus gestiones permitieron que fueran liberados. En el libro “El Jesuita” contó que le dio su cédula a un sacerdote muy parecido para que dejara el país por la frontera con Brasil.

Los primeros años. Jesuita, conversador y con sermones vinculados a la realidad social. Aquí, en una foto tomada en 1973

Para el tres veces secretario de Culto Angel Centeno, Bergoglio salvó a los jesuitas argentinos de una crisis mayor en un contexto de numerosas deserciones de vocaciones. Pero no todos sus compañeros de comunidad aceptaron la reorganización que llevó adelante. Bergoglio terminó recalando en Alemania, donde realizó una tesis sobre Romano Guardini, el gran teólogo con una visión innovadora de la Iglesia. A su regreso a la Argentina -tras un paso por el colegio El Salvador, de Buenos Aires- fue destinado a la iglesia de los jesuitas en Córdoba, donde estuvo poco menos que recluido. Para muchos fue la continuación de un exilio forzoso.

A comienzos de los ‘90 el entonces arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarraccino, lo señaló para que sea uno de sus obispos auxiliares. Comenzó así su meteórica carrera que lo llevó de ser un completo outsider de la Iglesia a ser elegido vicario general de la arquidiócesis y finalmente el sucesor de Quarraccino. Atraído por su inteligencia, espiritualidad y humildad, Quarraccino siempre contaba que en cada acto y oficio, cuando quería localizar a Bergoglio, debía buscarlo en las últimas filas, casi escondido. Ya como arzobispo, rechazó la residencia arzobispal de Olivos y el auto con chofer. Optó por vivir en la curia, frente a la plaza de Mayo, en una austera habitación. Y trasladarse en colectivo o subte.

El primer aniversario del atentado a las Torres Gemelas fue clave para la proyección internacional de Bergoglio. Entonces, el argentino participaba como moderador suplente de un sínodo de obispos, en Roma. Como el titular, el arzobispo de Nueva York debió ausentarse a su ciudad, Bergoglio debió coordinar la asamblea, dejando una excelente impresión. Su prestigio ascendente terminó convirtiéndolo en el segundo más votado en el cónclave anterior, detrás de Ratzinger. Parecía que su tiempo había pasado tras la renuncia de Benedicto XVI. Él ya tenía programado cuando se efectivizara su retiro a fin de año, ir a vivir a la residencia porteña de los sacerdotes ancianos. Su Dios y los cardenales dispusieron otra cosa.