LA MAYOR TRAGEDIA ESPACIALTras despegar, estalló el “Challenger”
El presidente norteamericano, Ronald Reagan, decidió suspender el programa de lanzamiento de transbordadores espaciales hasta determinar las causas de la catástrofe ocurrida en la víspera al “Challenger 10”, cuyos siete tripulantes murieron desintegrados tras el incendio de la nave a 16 kilómetros de altura —aparentemente, por el estallido de los cohetes propulsores— luego de haber partido de Cabo Cañaveral. La tragedia, la peor en la cosmonáutica de Estados Unidos, fue presenciada por millares de horrorizados espectadores. Entre éstos, los alumnos y familiares de la primera “maestra del Cosmos”, la profesora Christa McAuliffe, elegida para este vuelo entre más de once mil aspirantes.
CABO CAÑAVERAL y WASHINGTON, 28 (AFP, AP, UPI, R. y EFE).— Un verdadero infierno de horror, llantos y gritos de desesperación se produjo hoy en la base estadounidense de Cabo Cañaveral, cuando millares de niños y adultos que habían acudido a presenciar el despegue del transbordador espacial Challenger 10 asistieron atónitos al estallido del cohete impulsor y el consiguiente incendio de la nave, sobre el cielo azul de Florida.
El hecho, acaso producido por la rotura del gigantesco tanque central que contenía dos millones de litros de oxígeno e hidrógeno líquidos, tras alguna falla en uno de los dos cohetes propulsores, se produjo sólo 75 segundos después de que la cosmonave emprendiera vuelo, a las 11.38 (hora local) de la mañana.
Buscan sobrevivientes
La Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), a través de su responsable Jesse Moore, informó esta tarde que “las búsquedas preliminares en el océano, donde el Challenger cayó esta mañana, no revelan ningún indicio de que haya sobrevivido” alguno de los siete tripulantes, incluida la mundialmente famosa maestra de escuela de 37 años Christa McAuliffe.
Inmediatamente después de la catástrofe —la mayor en toda la historia de la exploración del cosmos— la NASA envió numerosos aviones y barcos sobre el Atlántico frente a las costas de Florida: allí, durante 55 minutos, cayeron los restos de la nave de 1.100 millones de dólares; poco antes había quedado convertida en una bola de fuego y humo a unos 16,5 kilómetros de altura, cuando ascendía a una velocidad de 3.181 kilómetros por hora.
Además de la profesora McAuliffe, de Concord, New Hampshire, cuyo esposo y dos hijos presenciaron el trágico lanzamiento, los otros tripulantes eran el veterano comandante Francis Richard Scobee, de 45 años; el copiloto Michael Smith, de 40; la ingeniera biomédica Judith Resnik, de 36; el químico Ronald McNair, de 35; el ingeniero aeroespacial Ellison Onizuka, de 40, y el técnico electricista Gregory Jarvis, de la misma edad.

El presidente Ronald Reagan, quien al ser informado de la tragedia se encontraba en la oficina Oval de la Casa Blanca preparando su tradicional discurso sobre el estado de la Unión que debía pronunciar esta noche ante el Capitolio, se precipitó a las pantallas de televisión para observar la catástrofe, visiblemente emocionado.
El mandatario norteamericano, que postergó dicho mensaje para reemplazarlo por un discurso televisado sobre el accidente, afirmó de inmediato que no habrá ningún otro vuelo de los transbordadores espaciales hasta que no se averigüen las causas de lo ocurrido.
Sin embargo, el vocero presidencial Larry Speakes añadió que, luego que ello se determine, el programa especial debe seguir adelante, lo que el propio Reagan reiteraría luego.
Una “bomba atómica"
La NASA tenía previstos para 1986 otros trece vuelos de tales transbordadores, cuatro de ellos a cargo del prototipo Challenger y varios otros a cumplir por sus gemelos: Columbia, Discovery y Atlantis.
La misión de hoy estaba destinada a poner en órbita un satélite de comunicaciones sobre Brasil, realizar observaciones del cometa Halley y experimentos sobre el magnetismo, la micro-gravidez, la dinámica de los fluidos y otras importantes experiencias.
El técnico de la NASA Paul Carter declaró esta tarde que, a su juicio, la catástrofe pudo haberse debido a la “inestabilidad de uno de los cohetes propulsores”, provocada quizás por una capa de hielo que cubría la plataforma.
Empero, varias horas después del accidente, ninguna información o explicación había sido entregada por la NASA. El depósito cuyo probable estallido provocó la tragedia, contenía (en dos compartimientos separados) 1,5 millón de litros de hidrógeno líquido y 550.000 litros de oxígeno líquido, lo que constituye una de las mezclas potencialmente más explosivas que se haya inventado después de la bomba atómica.
Indescriptible angustia
Hasta el presente, ningún accidente mortal se había registrado durante los 55 vuelos espaciales tripulados norteamericanos a partir de 1961. No obstante, el 27 de enero de 1967, tres astronautas de una cosmonave Apolo murieron carbonizados en Cabo Cañaveral, durante un ejercicio de adiestramiento.
Los 1.200 alumnos de Christa McAuliffe, con vítores y gritos de alegría, celebraban regocijados el despegue del Challenger, que había debido postergarse varias veces por problemas técnicos tras haberse fijado originalmente para el 22 de enero pasado.

Inclusive hoy mismo, a las 9 de la mañana hora local se había interrumpido la cuenta regresiva a causa de que en las toberas se habían originado formaciones de hielo debido a la temperatura sumamente baja. Pero no se halló nada anormal, se informó.
La profesora había sido escogida el año pasado entre 11.400 candidatas, y carecía de antecedentes espaciales. Las dos clases por televisión que se proponían dictar desde el Challenger, se referirían a la falta de gravedad en el espacio.
Las exclamaciones de alegría que lanzaron los niños y sus padres, se transformaron primero en estupor, al percibir una bola color naranja en el cielo y un desordenado ramillete de columnas de humo blanco similares a un fuego de artificio: los neófitos, creyendo que se trataba simplemente de la separación de los cohetes auxiliares de lanzamiento, no se alarmaron al principio.
Los niños, así como los padres de la profesora en la que estaba centrada la expectativa de la multitud, su marido, sus dos hijos y dos hermanos, siguieron escrutando un rato el cielo en forma imperturbable: recién cuando un altavoz indicó que se había producido un problema mayor, la multitud comenzó a hacer un silencio poco a poco más opresivo.
Los temores cobraron trágicamente cuerpo, sin embargo, cuando un controlador del centro espacial Kennedy balbuceó: “Ha ocurrido algo muy grave… el navío ha estallado… Esperamos novedades de los equipos de salvamento”.
La tragedia, que sembró consternación en todo el país, y que fue transmitida en vivo por la cadena de televisión CNN (por cable), se produjo segundos después de las últimas palabras dichas por el piloto Smith en el centro de control: “Bien recibido; potencia máxima”.

“El Challenger estalló”, repetiría luego como una autómata la señora Corrigan, madre de la astronauta Christa, mientras millares de espectadores se tomaban la cabeza con las manos y echaban a aullar o caminar sin sentido. “No es cierto, no es cierto”, clamaba a su vez el padre de la infortunada maestra-astronauta.
No menos patéticas eran las escenas en la sala de control espacial: los técnicos permanecieron largos minutos estupefactos, sin articular palabra, y a muchos de ellos más que habituados a estas misiones las lágrimas les corrían por las mejillas frente a lo que parecía inconcebible.
Un responsable de prensa de la NASA, al borde de una crisis de histeria, sólo atinó a comentar: “Seguramente es un sueño, una mala pesadilla”, expresando lo que sentían sin duda millones de norteamericanos.
Desde los vítores al llanto, el drama visto por televisión
NUEVA YORK, 28 (AP). — Los escasos segundos de la misión del transbordador “Challenger” —que culminaron con una horrorosa explosión— eran transmitidos una y otra vez por las televisoras norteamericanas. Las imágenes mostraban al orbitador convertido en una inmensa bola de fuego.
La transmisión se desarrollaba normalmente: el cohete con el transbordador a cuestas sobre la plataforma de lanzamiento; la cuenta regresiva.
También se podía escuchar a numerosos espectadores que vitoreaban desde graderías en el Cabo Cañaveral a su maestra, la primera de esa profesión que hacía este tipo de vuelo: Christa McAuliffe. Iban también seis astronautas profesionales.
El transbordador despegó durante una esplendorosa mañana. Segundos después, las imágenes de televisión mostraron una llamarada brillante. Los vítores y aplausos se desvanecieron. Solo se oían exclamaciones de sorpresa e incredulidad.

En un momento, hubo un ominoso silencio. La llamarada se convertía en microsegundos en una bola de fuego desde la que se dispersaban en todas direcciones escombros de la nave.
La única transmisión directa —quizás debido a que este tipo de lanzamiento se había convertido en operación de rutina— fue la que hacía la televisora Cable News Network (CNN).