UN MONSTRUO CON CARA DE NIÑO


Con la detención de Carlos E. Robledo Puch, han quedado aclarados los crímenes a serenos de supermercados y agencias de automóviles, de la zona norte del Gran Buenos Aires, y otras muertes —once, hasta ahora—, entre las que se encuentra el crimen de la modelo Ana María Dinardo y la joven Higinia Eleuteria Rodríguez. Tiene solo 20 años, facciones casi femeninas, y un sadismo que asombró a policías y funcionarios judiciales. Al matar a su compinche, durante el asalto a una ferretería sita en Carupá, dejó abierta la pista para que la policía lo descubriera. Y la investigación fue rápida y exitosa. A las pocas horas de ser apresado, relataba a la policía con lujo de detalles todos y cada uno de sus crímenes.

Robledo Puch, detenido por la policía

Reconstrucción

Almirante Brown 699, en Carupá, jurisdicción de Tigre. Al frente de una ferretería, donde hace una semana el quinto sereno era fríamente asesinado. Completando una trágica lista cuyos cuatro nombres habían hallado la muerte —sin posibilidad de defenderse— en noviembre último.

Ayer a las 12, policías, funcionarios judiciales y curiosos esperaban una llegada. Igual que periodistas y fotógrafos. De pronto un automóvil que se detiene. Baja un policía, cuya mano izquierda sujeta la mano de un joven vestido de “vaquero”, con una chomba de color y una campera. Su otro brazo está ligado con el acero de las esposas a otro policía de civil. Casi instantáneamente, hay un movimiento general. De policías, de curiosos y de periodistas. Mientras los fotógrafos cumplían su misión, desde el público fueron creciendo las voces de: ¡Asesino!... ¡Asesino!

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Ese joven, esa simple imagen, insignificante entre los dos policías, es el autor de 11 muertes. Con sus 20 años, se ha convertido en un monstruo humano, con un historial quizá único en la delincuencia. Único por lo sanguinario, por la frialdad de sus actos, y por su terrible cobardía.

Todos sus hechos tienen ese designio. Una brutalidad dictada por su falta de valor, por su mentalidad enfermiza, y por su desconocimiento total del significado de los valores humanos. Ninguna de sus víctimas tuvo la posibilidad de defenderse. Eligió mujeres desarmadas y empleados nocturnos desprevenidos. Mujeres indefensas y hombres mayores. A todos los asesinó fríamente. Cruelmente. Sin necesidad. A algunos por la espalda y a otros cuando dormían.

CUESTA admitir que detrás de las delicadas facciones de Robledo se esconda un feroz criminal, autor de numerosos homicidios. Su rostro imberbe, casi aniñado, parece corresponder más bien a un adolescente, temeroso de lanzarse por los senderos de la vida

Por eso, Carlos Eduardo Robledo Puch esconde tras su rostro aniñado, casi afeminado, una monstruosidad rayana en lo inhumano.

Un Historial

Allí, frente a la ferretería de Carupá, Carlos Robledo comenzaba a reconstruir —por el final— una corta vida dedicada al robo y al crimen. Muy cerca se hallaban el juez, doctor Victor Sasson, el secretario doctor Lisardo Moure, el fiscal Fernando Cubría y el defensor oficial, doctor Ricardo Fare. En esa ferretería, Robledo había dejado el sello de su condena. Al matar a su compinche, Héctor José Somoza de 18 años, por un problema en el reparto del botín. Un tiro en la cabeza había sellado el final de una serie de hechos delictivos cometidos juntos. Y luego, esa ferocidad tiene una nueva exteriorización. Con un soplete le quema el rostro y el cuerpo para que no lo identifiquen. Pero la policía encuentra una cédula semi quemada por el fuego. Y halla la punta de un ovillo, que luego, al ser recorrida, causa asombro. A pesar del acostumbrado trato con maleantes y criminales.

Ese ovillo permite detener a uno de los “amigos” de Somoza. Es Carlos Robledo. Cuando lo apresan su preocupación revela inconscientemente su irresponsabilidad: “qué va a pensar mi novia cuando se entere”. Solo transcurren 3 horas, y comienza el espeluznante relato de hechos cometidos en compañía de Somoza y de Jorge Ibáñez, de 19 años, que murió al volcar con un automóvil Fiat 600 en agosto del año anterior, cuando iba acompañado por Robledo.

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La triste historia comprende más de 40 asaltos. Se inicia a mediados de 1970, en octubre al robar dos motos en un comercio de Victoria. Son detenidos, pero mediante un ardid logran escapar. El 11 de noviembre asaltan una joyería de Olivos y se llevan 5 millones de pesos.

El 15 de marzo de 1971 asaltan la boite “Enamour” en Olivos. Allí luego de saquear la caja de caudales, matan al gerente del local Félix Pedro Matronardi y a Jesús Godoy. Ambos estaban durmiendo. “No quisimos despertarlos” diría luego fríamente Robledo.

El 9 de mayo, asaltan un taller mecánico en Olivos y asesinan al sereno José Biondi, vejando a su esposa. El 24 del mismo mes entran al supermercado “Tanty”, de la avenida Maipú 3300, y matan al sereno Juan Sartore, llevándose cinco millones de pesos. El 10 de junio, asaltan un garaje en Constitución y luego de asesinar al sereno, se llevan un automóvil Chevy.

Robledo Puch. En ningún momento de la reconstrucción del crimen de Carupá dio muestras de arrepentimiento, y ni siquiera de comprender la monstruosidad de su breve pero escalofriante trayectoria delictiva

La Modelo

Ya a esta altura, la policía había intensificado sus patrullas, por la repetición de hechos similares. Pero dos crímenes que tuvieron gran resonancia periodística relegó en parte lo anterior. Robledo y su compinche Ibáñez, aguardan a Ana María Dinardo a la salida de la boite “Katoa”. La modelo, según lo señala Robledo, subió al automóvil. “Nosotros teníamos mucha plata —destaca el criminal— y éramos irresistibles”. El cuerpo de la joven, con ocho balazos, apareció en la ruta Panamericana. Poco después le ocurría lo mismo a la joven Higinia Eleuteria Rodríguez, a quien también asesinan, tirando su cuerpo sobre la misma ruta.

La larga cuenta criminal sigue al matar al sereno de un supermercado ubicado en Boulogne, al cuidador nocturno de la agencia de automóviles de la avenida del Libertador 1950, en San Isidro, y al sereno de la concesionaria Dodge, ubicada en Santa Fe 999, de Martínez. El sereno de la ferretería de Carupá, según lo declarado por Robledo fue asesinado por Somoza.

El relato de estos hechos efectuado por el comisario inspector Antonio Recaré, de la Unidad Regional de Tigre había concluido. Detrás había quedado la imagen del criminal, caminando entre los dos policías, entrando en la ferretería para reencontrarse con un escenario conocido.

Ferocidad sin Límites

Carlos E. Robledo Puch es, a partir de ahora, un nombre. Y dentro de poco un número. Y ojalá por siempre un recuerdo sin repetición. Hijo de una familia de buena posición, su ambición desmedida por el “ruido” sin las bases de educación que le hubieran servido de límite, demostró no tener ningún concepto sobre los valores humanos.

Su espontaneidad en el relato de los horribles hechos, y su frialdad para explicar los detalles, lo revelan como un ser desprovisto totalmente de sensibilidad. Una falta absoluta de sentimientos, que lo lleva a asesinar a Somoza, su compañero de fechorías. Desconociendo la “ley del hampa” que es respetada aún por criminales. Su extrema cobardía lo impulsa a ejecutar fríamente al que fuera su amigo. Sin permitirle defenderse, tal cual lo hiciera antes con hombres dormidos o mujeres indefensas.

Ya casi no importa el dictamen de la justicia, que se nutre de leyes hechas por hombres en cuya imaginación no pudo haberse presentado una personalidad con tanto sadismo como la de Carlos E. Robledo Puch.