MURIÓ ELVIS PRESLEY LA VOZ DE UNA GENERACIÓN
A los 42 años de edad falleció ayer el famoso astro de la música norteamericana Elvis Presley. Internado de urgencia en un hospital de Memphis, murió debido a un “trastorno respiratorio agudo”, según declararon portavoces del nosocomio. Presley irrumpió en la década del 50 como el cantante popular más exitoso de su generación, identificado con el estilo de un artista definitivamente singular.
El señor del rock
En 1954, un muchacho llegaba de Tennessee en un camión e irrumpió en un estudio de una grabadora. Era Elvis Aarón Presley, “The Pelvis”, el que iba a convertirse en sinónimo del rock and roll. Entonces era un fracaso, pero el anónimo muchacho de 16 años gastaría allí, en la Sun Records, sus últimos cuatro dólares para grabar una canción, "My Happiness".
Ese primer disco asombró al director de la compañía, Sam Phillips, que le ofreció una prueba. Tras dos fracasos, y cuando estaba a punto de despedirlo, una guitarrista se ejercitaba tocando el tema de "That’s all right, mamma…" Y cuenta Phillips, que Elvis saltó sobre su guitarra y comenzó a cantar con ritmo feroz y alucinado. Fue el comienzo de una carrera increíble.
Tras sus primeras giras y los discos grabados en la Sun Records, se encuentra con Thomas Andrew Parker. Desde entonces, 1955, hasta ahora, fue el apoderado de todos sus asuntos, quien organizó sabiamente el mito. Entre polémicas, nacía el ídolo del rock and roll. En 1957, estrena su primer film ("Love me tender") y si bien nunca hizo arte en el cine, su imagen se difundió por el poderoso medio. Y figuró entre los diez actores más taquilleros de Estados Unidos.

Sus discos venden cantidades fabulosas, su fortuna araña los 20 millones de dólares. Llega entonces el paréntesis de la guerra de Corea; las “teenagers” hacen manifestaciones de protesta por su partida, pero Elvis Presley es ya soldado. Y cuando vuelve, su nuevo long play "Navidad con Elvis" asombra por su carácter suave y convencional.
Sin embargo, su eclipse es transitorio. Claro que en 1964, el fenómeno de Los Beatles parece reducirlo a una pálida imagen del pasado. Son varios años en que parece desaparecer, incorporado al museo del rock. Y sin embargo, cuando reaparece en 1968 en Las Vegas, lo recibe una ovación. Es que su público ya no es juvenil, sino que pertenece a su misma generación.
Tanto el auge inicial, que lo transforma en el más popular y característico cantante del rock violento, como su última etapa, más sosegada, lo muestran —menos que como un cantante profundo y original— que como el intérprete de una generación nutrida en el ritmo.

Hombre y mito
A principios de la década del cincuenta, Estados Unidos vive todavía en la posguerra mundial y acaba de embarcarse en otra, la de Corea. La juventud norteamericana busca válvulas de escape, requiere ídolos que traduzcan su imperiosa necesidad de expresar rebeldía. En todas las esferas de la actividad artística, el país empieza a sufrir una transformación. Hollywood tiende ya a alejarse de las fábulas acarameladas para embarcarse en films menos convencionales. Muy pronto, James Dean sacudirá el mundo con su imagen iracunda, resentida, a la vez tierna y cargada de violencia. En ese contexto, la música popular norteamericana, la música joven, se encuentra latente a la espera de algo distinto, algo que ya se ve venir y que no será, sin duda, plácido, ronroneante y romántico. Algo que no tendrá tampoco mucho que ver con cualquiera de las vertientes del jazz tradicional. Y en 1954, en el show televisivo de Ed Sullivan, estalla como una bomba el nuevo fenómeno. Tiene cara aniñada, contonea sus caderas en forma tan provocativa que sus primeras apariciones en el show de Sullivan lo muestran de la cintura hacia arriba, se estremece luego en estertores casi epilépticos. Su rock and roll había nacido para ganar. Y Elvis Presley proyectó su jopo engominado, sus ajustados pantalones color rosa y sus camisas de seda llenas de reflejos con una fuerza incontenible.

Para sus legiones de fanáticos, Elvis “era” la verdad absoluta. Para sus detractores, una personalidad enfermiza y nociva que intentó ser neutralizada con la figura “limpia” y familiar de Pat Boone. Pero Presley ya era una empresa más que un cantante, una marca más que un hombre. Y durante veinte años la empresa produjo muchos millones de dólares. Algo de ese dinero se convirtió en una flotilla de Cadillacs tan caros como de espantoso gusto, en una mansión desoladoramente grande con una fuente de donde mana bebida cola, hace muy poco en un jet dotado, entre otras cosas, de baño sauna.

Todo inmenso, fastuoso y superfluo. Todo muy caro y muy inútil para un hombre llegado a los cuarenta años con muchos kilos de más y no pocas alegrías de menos. Un hombre gordo, solo y enfermo. Un hombre lleno de miedo que exigía que fuera probada su comida por temor al envenenamiento. Un hombre que conservaba su cara adolescente y que ayer, luego de un colapso respiratorio, entró para siempre en la leyenda.
El ciudadano Kane, en el memorable film de Orson Welles, moría musitando un nombre inidentificable que era solo —y nada menos— que el de su trineo de niño ¿Cuál habrá sido el último habitante de la mente de Presley? Seguramente, ninguno de sus veinticinco discos de oro.