Es una niña el primer bebé de la historia gestado en una probeta

Una proeza científica que acerca a la humanidad a los umbrales de la ciencia ficción, se concretó ayer con el nacimiento del primer ser humano de “tubo de ensayo”. Los dueños de la hazaña son dos médicos ingleses, los doctores Steptoe y Edwards, quienes luego de doce años de investigaciones y experiencias pudieron concretarla. Pese a que los vaticinios de los facultativos indicaban que iba a ser un varón, la señora Leslie Brown tuvo una niña que nació mediante una operación cesárea y pesando 2,608 kg. Su estado de salud es normal. Gran conmoción causó la noticia.

El prodigio científico fue consumado: el primer ser humano concebido en una “probeta” de laboratorio nació anoche en el hospital de Oldham —ciudad industrial en el noroeste de Inglaterra—, es una niña, pesa 2,608 kg y, según dijeron los médicos, “su situación era normal”.

El equipo médico con el primer ser humano de la historia gestado en un "tubo de ensayo"

El alumbramiento se produjo mediante operación cesárea. Un vocero de la autoridad regional de salud dijo a la madre, la señora Leslie Brown, de 30 años de edad, se encontraba en “excelente estado” después de la operación.

El bebé era esperado en cualquier momento, con fecha probable de parto, máxima prevista, para el 18 de agosto. No se proporcionaron explicaciones inmediatas acerca de por qué los médicos decidieron practicar anoche mismo la operación cesárea.

La señora Brown se hallaba internada en una habitación privada con guardias en la puerta desde hace varias semanas. El caso había cobrado enorme celebridad en el país y en el mundo entero desde el momento en que el eminente ginecólogo Patrick Steptoe confirmó, a principios de este mes de julio, la inminencia del nacimiento del primer “bebé de probeta”.

La niña nació por cesárea, pesando 2,608 kilos

Alarde científico

Steptoe, de 65 años, es uno de los pioneros en la técnica mediante la cual se fertiliza un óvulo humano en el laboratorio y luego se lo reimplanta en el útero materno para que la gestación se desarrolle hasta el nacimiento.

El científico dijo a la prensa que la señora Brown estuvo tratando de concebir durante años, pero que no podía engendrar en forma normal debido a un bloqueo en las trompas de Falopio por donde se desliza el óvulo hasta el útero.

Steptoe y el fisiólogo doctor Robert Edwards, de 52 años, solucionaron el problema de la señora Brown retirando un óvulo de uno de sus ovarios; luego lo fertilizaron en el laboratorio con el esperma de su marido y lo mantuvieron en un “tubo de ensayo” durante cinco días, después de lo cual lo reinsertaron en útero materno.

Cuando se hace referencia a un “tubo de ensayo” o una “probeta”, en rigor, se simplifica la alusión al artificio utilizado por Steptoe y Edwards, cuyas características no han sido divulgadas, pero que ciertamente consiste en algo mucho más complejo que un simple tubo de vidrio.

Patrick Steptoe y Robert Edwards, los dos artífices de la proeza. El primero estuvo en Buenos Aires en 1974, en ocasión de realizarse el Octavo Congreso de Esterilidad y Fertilidad.

Difícil técnica

Steptoe y Edwards habían consagrado, con anterioridad, diez años de investigaciones tendientes a lograr el perfeccionamiento de la difícil técnica de producir un “bebé de probeta”. Hasta donde se sabe —afirmó el Consejo de Investigaciones Médicas del gobierno británico— el bebé de la señora Brown es el primero “de probeta” que haya sido dado a luz felizmente.

Una de las más serias dificultades, que los científicos británicos lograron superar, fue la de la alimentación adecuada del embrión durante su corta estancia de cinco días fuera del seno materno. Al divulgar las primeras noticias acerca de la revolucionaria técnica, ambos habían alertado que podrían pasar varios años antes de que ella resultara aplicable al ser humano.

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La genética manipulada

Súbitamente, la probeta ha interceptado el misterio de la vida. Pero, por alguna razón, seguimos mostrándonos remisos para tomar conciencia de fenómeno tan trascendente. Y revolucionario. O quizá alarmante.

Acaso después de la "Guerra de las galaxias" y "Encuentros cercanos del tercer tipo" pudo parecer que Hollywood había agotado el futuro. Sería —desde luego— un pensamiento pueril, en momentos en que nuestro lenguaje cotidiano incorpora sin dificultad términos como “computador”, “programación”, “ingravidez” o “estructura molecular”, pero todavía no han logrado asimilar una noción por ahora limitada a la literatura científica (y, muy poco, a las manoseadas ficciones científicas): la de ingeniería genética.

Probablemente no pasará demasiado tiempo sin que se aclare por qué moderna angustia el disparate futurológico ha invadido el presente. Mientras los pasatiempos con rasgos de delirio atinan recónditas credulidades y estimulan especulaciones catastróficas, la realidad inmediata de nuestra módica corteza terráquea señala que el eterno, cálido, luminoso prodigio de la procreación ha comenzado a dejarse atrapar por la ciencia. Ese poderoso instrumento del cerebro humano que no cesa de escarbar en el misterio. E interrogarse. E intentar respuestas.

Estamos lejos, todavía, de “la” respuesta. Sin duda. Tal vez la respuesta total está vedada al hombre. Pero las verdades parciales hacen un camino. Los descubrimientos posibilitan la marcha, aunque la meta resulte inalcanzable.

Hace tan solo una generación, o dos, las informaciones casi rutinarias que llevan y traen los cables actualmente habrían sonado a pesadilla.

Tapa, 26 de julio de 1978

Las probetas

En Londres, un ginecólogo de 65 años llamado Patrick Steptoe investigó la posibilidad de concebir un ser humano en un tubo de ensayo durante el primer período, incluida la fecundación. La teoría encontró espectacular aplicación en el caso de una pareja en que la mujer padecía de esterilidad por obstrucción de las trompas de Falopio.

Similar fenómeno, pero con final desdichado, parece haberse registrado en Nueva York, donde los esposos John y Doris del Río reclamaron ante un tribunal de justicia una compensación de un millón y medio de dólares dado que un médico “destruyó deliberadamente el embrión de su bebé en probeta”. Según sostuvieron en el alucinante alegato, el médico abrió la probeta “maliciosa y arbitrariamente” tres días antes de la fecha en que el embrión debía ser implantado en el útero materno. Y el profesional, Raymond Vance Wiele, confirmó que había obrado así, pero que lo hizo porque el equipo que estaba a cargo del operativo “no tenía ni la preparación, ni la experiencia, ni la habilidad necesarias para concebir un ser humano”. Los cables no aclaran otros detalles.

Basta repasar las informaciones diarias para advertir que, cualquiera sea su resultado final, proezas científicas de similar magnitud se reiteran actualmente —por ahora en los centros de investigación más avanzados del mundo— con relativa asiduidad.

Necesariamente debe añadirse el desconcertante anuncio de David Rorvik —”periodista científico” norteamericano— que informó sobre la existencia de un niño concebido hace veintiún meses en un laboratorio mediante el procedimiento de “cloning”. Ese término designa la reproducción conseguida a través de una célula masculina —común, no sexual—, cuyo núcleo reemplaza al núcleo de un óvulo (obviamente femenino) y que da por resultado un ser que reproduce punto por punto todas las características del que le dio origen, o sea del padre, sin que la célula femenina ejerza influencia alguna sobre él.

De acuerdo con Rorvik, tal bebé existe, se llama Billy, ignora su condición y goza de perfecta salud.

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Manipulación genética

Ira Levin, en su libro "Los niños del Brasil", bosquejó un terrorífico perfil de lo que puede obtener la prodigiosa rama científica conocida por “genética” empuñada con intenciones no científicas. En su relato, la conservación de algunos fragmentos de tejido muscular de Hitler debía dar por resultado la reproducción de docenas de individuos idénticos al demencial dictador.

Sin embargo, las experiencias de Lorrain y Stolkowski, de Pollard, de Steptoe y Edwards y de Wiele, y aún el anuncio de Rorvik —quizá fantástico pero posible— nos van llevando insensiblemente hacia la frontera de lo monstruoso. Del control de estos erráticos factores vitales puede saltarse con facilidad al caos factible e irreparable. La ingeniería genética despojada de responsabilidad se transforma en manipulación genética. El progreso científico exige al hombre una nueva y mayor preocupación: la del manejo de sus propias conquistas.