VILAS SE CONSAGRÓ EL MEJOR DEL MUNDO
Guillermo Vilas se consagró ayer como el tenista número 1 del mundo al batir a Jimmy Connors y adjudicarse el título de campeón del torneo abierto de Estados Unidos. La victoria llegó en una sensacional reacción tras perder el primer set por 2-6, para vencer luego por 6-3, 7-6 y 6-0.
El partido comenzó con el saque en manos del zurdo marplatense, quien rápidamente se colocó en ventaja por 1 a 0. Ambos consiguieron hacer respetar su servicio hasta arribar el quinto game. Allí el estadounidense Jimmy Connors, logró por primera vez, quebrar el saque de Vilas. Era evidente que la gran preocupación de Vilas era no levantar la pelota para evitar que Connors asumiera el ataque. Este, jugando preferentemente en el fondo de la cancha, con esporádicas incursiones hacia la red, planteó su juego característico basado en la enorme potencia de envíos y abriendo con mucho criterio los ángulos.
El segundo set marcó una acentuada recuperación de Vilas. En el tercer game de este set, Vilas salvó su saque al recuperarse tras estar abajo 40-0. Con el juego prácticamente perdido Vilas arriesgó en ataque y fue dos veces a la red y su volea le reportó aminorar ventajas para finalmente con un passing-shot ganó el game.
En el quinto game, la diferencia fue cero y la superioridad notoria. Connors se recuperó e hizo valer sus servicios en el sexto game, pero en el siguiente Vilas volvió a imponerse confirmando su reacción.
El argentino, con buena faena, quebró el saque del norteamericano en el juego posterior y estiró su ventaja 5-3. El noveno game de este segundo set, fue el último y en el que Vilas demostró oriundamente su recuperación.
Connors sacó grandes ventajas en el tercer set. Hizo valer su saque y en el primer game quebró el servicio de su adversario. Connors alcanzó una ventaja de 3-0, que parecía indescontable, pero Vilas logró acumular un game. El 3-1, se extendió al lograr un game más, Connors.
Vilas jugó un excepcional séptimo game donde remontó una ventaja de 40-15. Un nuevo esfuerzo de Vilas, le hizo remontar otro game con igual score y así acortar las diferencias, llegando a empatar en cuatro el set. Connors volvió a sacar ventaja (1-4), pero Vilas logró emparejar en el game siguiente y posteriormente en un dramático décimo primer juego, Vilas remontó dos situaciones en pocos minutos y que serían definitorias. Logró colocarse en ventaja 6-5, Connors cobró el saque del argentino cuando tenía inmejorables posibilidades de adjudicarse el set y debieron apelar al tie-break, donde Vilas llegó 3-1 al frente. Emparejó Connors en 3 y nuevamente Vilas sacó ventajas para ponerse 5-3. Vilas ganó el tie-break por 7-4, resultando vencedor en el set: 7-6. El cuarto set fue netamente favorable a Vilas. Arrancó con el saque a su favor y logró rápidas ventajas. El 6-0 final del set, evitó toda clase de comentarios sobre el juego empleado por el ganador de Forest Hills.
FUE EL MEJOR Y LO DEMOSTRÓ
NUEVA YORK, 11 (De nuestro enviado especial). — Hay grupos de argentinos que se abrazan en la fiesta. Hay miles de norteamericanos puestos de pie, que celebran el triunfo como si fuese propio. Hay hombres y mujeres neutrales, de todas las edades y de todas las razas, que no pueden salir de su emocionado asombro. Hay un gigante que se quitó la vincha para que su melena rubia le vuele libremente por el aire y otro coloso que cerró sus ojos para rendirse ante el esfuerzo inútil que le desgarra el alma.
Son las siete y veinte de la tarde en Nueva York, cuando un invisible duende ha decidido clausurar la grandiosa batalla de dos raquetas mágicas. Hay un momento —con un hombre en andas y otro con el paso perdido— que ya no podrá ser olvidado absolutamente por nadie.
Hay un cronista con el pecho estallándole de orgullo. Hay decenas de apuntes estrujados nerviosamente y centenares de cifras sueltas que ahora no valen absolutamente de nada. El recuerdo de un primer set fatal y el de otros tres que se fueron de largo sin faltas para que un muchacho argentino pudiese escribir la más fabulosa hazaña que recuerde el tenis de nuestro país. Hay tres horas y veinte minutos de una historia inolvidable. Con un prólogo confuso y un final clarísimo. Una historia tallada golpe a golpe, segundo a segundo, jadeo a jadeo. Hoy un hombre que se quedó con ella porque estuvo dispuesto a todo y otro que la tuvo a tiro de su mano, pero debió soltarla porque terminó sin fuerzas, sin aire, sin rumbo.
Hubo un comienzo que nos hizo pensar en muchas cosas. Desde el posible papelón de una derrota enorme hasta la descontada ironía de aquellos que podrían preguntarnos al regreso por qué no le había ganado también a Connors.

Porque fue un arranque casi mortificante: entre un hombre tan sereno como impecable y otro que no lograba pararse bien, que titubeaba demasiado, que no podía cortar el cordón umbilical que lo ataba a la gran responsabilidad de demostrar por una vez más que él —y no otro— es el mejor tenista del mundo en estos momentos.
Todas esas imágenes se fueron deslizando como una verdadera pesadilla durante los treinta y ocho minutos que duró el primer set. Apenas parejo hasta el dos a dos y después totalmente favorable a Jimmy Connors, hasta que el seis a dos quedase rubricado en lo alto del tablero de la cancha como una lacerante puñalada para tantas esperanzas argentinas.
El segundo capítulo puso en marcha otro ciclo muy distinto. Sacudido por el aliento que bajaba de la tribuna, pasó a empujar a un mismo tiempo con el corazón y la razón y Guillermo Vilas reencontró por fin la partitura que se le había traspapelado hasta entonces. Empezó a pegar sobre el drive del estadounidense y se fue fortaleciendo de a poco en el juego.

Connors ya no podía moverlo tanto con su revés de dos menos, porque la pelota comenzó a llegarle sobre el cuerpo y le quitaba ángulos para la apertura. Hubo que pegar y pegar. Con toques planos y hasta aparentando un espíritu de aburrimiento que no era cierto. El juego se entibió tal cual lo quería el argentino. Pero por detrás de esa tibieza, comenzó a crecer la figura de un campeón inmenso. Sin errores, sin bajones, casi sin nuevos riesgos para poder dibujar hasta el final, su ansiada victoria ante el mismo Jimmy Connors que tantas veces le debe haber parecido inalcanzable.
Ganar el segundo set le significó al marplatense transferir al local, íntegramente, la cuota de responsabilidad que por entonces pesaba sobre sus espaldas. No es lo mismo, mucho menos en partidos de este tipo, pasar a nivelar un encuentro que ceder obligadamente el predominio que se venía ejerciendo. Jimmy Connors sintió la variante y nunca más pudo escaparse del asedio físico y psicológico al que lo sometía el progresivo empuje de Vilas. A la hora de resolver el “tie-breaker” del tercer set, uno estaba entero y el otro herido. Guillermo Vilas le sacó el jugo a la diferencia y hasta lo sometió al duelo de unas miradas que pesaron tanto o más que sus golpes. La definición del “tie-breaker”, resuelta 7 a 4 en favor de nuestro compatriota, fortaleció todavía más la sensación de que la suerte estaba definitivamente echada para uno y otro.
El cuarto set fue un lujo, uno que mandaba y otro que obedecía. Durante treinta y cinco minutos la pelota aceptó mansamente las órdenes que le daba la muñeca del argentino. Un raquetazo para llevarlo a Connors al fondo de la cancha, otro para acercarlo desesperadamente hasta la red, un tercero para pasarlo alegremente. Por derecha o por izquierda. Con la potencia de quien esgrime un cañón o con la suavidad de quien ofrece su mejor caricia. Hubo momentos en que llegó a pasearlo por toda la cancha. Lo comenzaba a traer con un drop y lo terminaba de desarmar con un globo. Ni un error en más de media hora, que se fue de largo como un suspiro. Cuatro o cinco de esos tantos, tan perfectos que parecían imposibles de haber partido desde una misma mano, terminaron por levantar al público de sus asientos en un generalizado reconocimiento que se acompañaba siempre con una ovación cada vez más larga.

Un 6 y un 0 sirvieron para pintar la desproporción inmensa que tuvo el partido en su cierre. Para Guillermo Vilas, holgado puntero del Gran Prix y dueño de este inolvidable Forest Hills, queda toda la gloria del triunfo. Se la lleva en buena ley. Fue el mejor de todos y supo demostrarlo con creces. Discutir si alguna vez podrá o no volver a perder algo con alguien es tan absurdo como negar la tangible realidad de que en estos momentos tiene un juego y una moral aparentemente inigualables. De lo contrario, no hubiese ganado como hoy. Ni como lo viene haciendo —caso único en el historial internacional— desde hace tanto como para que muchos hayan perdido ya la cuenta.
Jorge Ruprecht